Aragón Liberal23/09/06
Este
artículo lo había escrito antes de leer completo el discurso del Papa.
Después de leerlo (http://www.arvo.net/documento.asp?doc=01030741d) se
ve que es de una gran categoría, y que el artículo no tiene nada que
ver con él.
Rafael Guijarro
El Papa desarrolla el tema de la
Teología en la Universidad, y lo explica magistralmente a partir de las
relaciones entre la fe y la inteligencia. Está muy por encima de las
reacciones desatadas.
Las palabras de Benedicto XVI,
efectivamente, se han sacado de contexto: los fanáticos no están
capacitados para entenderlas. Sólo están al alcance de personas cultas,
pues es un discurso en una Universidad.
Este artículo, sin
embargo, creo que puede ser de interés, porque sí tiene que ver con
algunas actitudes muy extendidas entre los cristianos. Lo dejo ahí
mientras maduro otras cosas sobre el genial discurso del Papa.
Es
probable que la temida III Guerra Mundial se origine por la causa que
menos se esperaba. Un anciano recorría los lugares de su infancia y su
juventud en su Alemania natal. Y dio una conferencia en la Universidad
de Ratisbona, de la que había sido profesor y vicedecano. En ella habló
de la inteligencia.
Este anciano ha demostrado durante su larga
vida que, cuando habla, sabe lo que dice. No es probable que haya
cometido una ingenuidad. Pero, ante el odio brutal que se ha
desencadenado a raíz de sus palabras, podemos hablar de cuatro posibles
"pecados":
* invitar al diálogo, cuando el Corán prohibe dialogar con los infieles
* invitar a la paz, cuando el Corán predica la Guerra Santa
* hablar de la razón, cuando el Corán predica la ignorancia
* no tener en cuenta que, según el Corán, Alá es un demonio de la Meca
La
reacción al discurso del Papa deja claras las posiciones de la Iglesia
y del Islam. Sólo se explica como reacción del diablo cuando ve que sus
sicarios son invitados a dialogar con el Dios de la Paz, de la Verdad y
de la Libertad. Los sicarios, fieles a su dios, han respondido lanzando
espumarajos por la boca, y se ha redoblado su sed de sangre.
Rafael Guijarro