La renovación del PP aragonés (I)
Harían
mal los líderes del PP aragonés en considerar desleales a todos los que
en estos días vienen reclamando un ejercicio de autocrítica y, como
resultado de la misma, una revisión de actitudes y una necesaria
renovación.
Desleal,
en las actuales circunstancias, es el que mantiene un discurso adulador
y de indiferencia ante los graves resultados electorales obtenidos.
En el Heraldo de Aragón del sábado, día 2 de junio aparecía este largo artículo de Mikel Iturbe, titulado “Final de una etapa”:
“Mirarse
al espejo suele ser suficiente para reconocer un rostro macilento,
aunque cuestión bien distinta es aceptar la evidencia que traslada el
cristal. La negación de la realidad responde al miedo, la torpeza o
el instinto de supervivencia, razones que solapadas conforman una
peligrosa amalgama de difícil limpieza.
Pese a que los
dirigentes del PP Aragón se afanan estos días por justificar sus malos
resultados en las elecciones del pasado domingo protegiéndose bajo el
paraguas del concejal ganado en el Ayuntamiento de Zaragoza y el nuevo
diputado regional –¡bendita Ley D'Hondt!-, las cifras reflejadas en el
espejo de las urnas hablan de un descalabro mayúsculo. Tan solo en la
Comunidad, los populares han perdido cerca de 12.000 votos, agujero al
que se le concede auténtica dimensión cuando se pregunta por el
destino último de las 7.000 papeletas que el alcaldable Domingo Buesa
se ha dejado por el camino.
La falta de tirón de los candidatos
popu1ares -tan solo Roberto Bermúdez de Castro (Huesca) y Manuel
Blasco (Teruel) han salvado parcialmente los muebles-, su escasa
identificación con los votantes y la ausencia de un mínimo proyecto
político propio, al margen de la disciplinada repetición de las
consignas impuestas desde Madrid, han logrado que, por primera vez en
la corta historia electoral de Aragón, la abstención no beneficiase
directamente al centro-derecha. Los líderes del PP han rizado el rizo
de la antipatía, de la falta de atractivo hacia un cartel electoral y
han conseguido, ellos solos y sin ayuda de ningún rival político, que
su electorado se quedase en casa la tarde del pasado 27-M.
Transcurrida
una semana de las elecciones, los dirigentes del PP continúan negando
el análisis frío de los datos. De hecho, ningún cargo se ha planteado
presentar su dimisión -se apela a la responsabilidad para justificar
la permanencia-, mientras se proyecta una sensación patrimonial de los
puestos que habrían de quedar vacantes. En realidad, los resultados
son los peores que se podían haber cosechado, enmascarados, a su vez,
por unos brochazos de maquillaje abstencionista, que ocultan la
situación de crisis por la que atraviesa el partido.
Desde
Madrid se ha pedido a los dirigentes populares que cierren filas en
Aragón ante la extendida sensación de que Rodríguez Zapatero pueda
adelantar la cita de las elecciones generales. El miedo a resultar
pillados en pleno proceso de cambio parece que preocupa mucho más que
llegar nuevamente a las urnas con un equipo débil y desorientado.
Olvida el PP que con esta mal planteada estrategia de autoprotección
solo logra agrandar el tamaño de un problema para el que los cuidados
paliativos ya no sirven y sólo la cirugía mayor remediará un mal
incurable. Lo que le ocurre al PP en Aragón no es solo un problema de
caras nuevas o de renovación de cargos, los populares tienen que tejer un proyecto propio y reconocible por el electorado del que hoy carecen.
El convencimiento de que las subidas y bajadas en la vida política de
un partido de ámbito nacional quedan sujetas a corrientes ajenas a lo
autonómico, creencia muy extendida entre los dirigentes aragoneses del
PP, ha arruinado durante estos últimos meses los esfuerzos por
construir una corriente de cambio. Ha faltado valor, incluso el
atrevimiento mínimo para pactar las diferencias con Génova y para,
especialmente, aceptar que los ganadores de las guerras intestinas no
son siempre los más indicados para liderar una lista electoral.
Para
que la vida política aragonesa alcance cierto grado de plenitud, una
saneada actividad pública, resulta imprescindible que la oposición
quede construida bajo parámetros que concedan la máxima de las
fortalezas. El flaco favor que se hace al sistema no asumiendo el
papel opositor en unas mínimas condiciones solo contribuye a debilitar
aún más al partido que no disfruta de todos los mecanismos que
facilitan toda acción de gobierno. Mal lo tiene el PP, porque igual
de mal le ha ido a todos aquellos que con carácter previo a las
elecciones comenzaron a postularse como sucesores de Gustavo Alcalde.
Quizá, el cambio haya de ser tan profundo que los que hoy están
tengan que marcharse, para dejar sitio a los que ya estuvieron o
nunca se atrevieron a llegar.
El tiempo, como de costumbre, marca nuevas urgencias, aunque todavía más de uno piensa que casi gana las elecciones”.
Quiero enfatizar esa frase del artículo: “los populares tienen que tejer un proyecto propio y reconocible por el electorado del que hoy carecen”,
porque coincide exactamente con lo que yo sostengo: El PP ha renunciado
a ser un referente nítido para el electorado aragonés, y
particularmente para el centro derecha, desorientado ante sus
formulaciones políticas, y para la clase media tan duramente castigada
por los partidos gobernantes en estos últimos años. El PP no
ha planteado ninguna solución, ninguna oposición digna de tal nombre ni
ninguna denuncia valiente y comprometida. Nada que lo diferencie del
resto.
(Continuará)