AL PRINCIPIO DEL PRINCIPIO (la primera historia de amor jamás contada)
Al
principio del principio, la mañana que el Relojero da cuerda a ese
reloj llamado Vida…los afectos, valores y sentimientos no son
completamente ciegos.
Al principio del principio, la mañana que el Relojero da cuerda a ese reloj llamado Vida…los afectos, valores y sentimientos no son completamente ciegos.
Es
mañana, ese momento, tiene una historia muy, muy larga. Historia
transmitida en el género humano desde hace miles de años.
Es la
historia de la Vida. En
ese momento, esa mañana, dos células (óvulo y espermatozoide) se
fundirán en lo que resultará la expresión más bonita de una historia de
amor, la Vida. Como
en cualquier otra historia de amor, cada cual, cada una de esas células
expresará lo que es, su yo particular, su esencia, su código genético.
Es decir, su propia Vida que, dividida en 23 pedacitos o cromosomas y
con una longitud de 1 metro, conlleva una parte de todo aquello que
somos todos y cada uno de nosotros.
Tras
la fecundación, cuando el hábil, rápido y veloz espermatozoide fecunda
el correspondiente óvulo, ese extracto, esa entidad, esa existencia se
funde para dar lugar a una nueva Vida, nuestra vida. Entonces todo
nuestro yo, nuestra fragancia, se encuentra en dos metros de cinta en
la que, por medio de un código específico, están definidas todas las
características de la futura persona.
Podemos decir que todo ello, tal
información, esos dos metros de cinta cabrían apretadamente en la
cabeza de un alfiler; y que la cantidad de letras que en dicha cinta
llega a haber escritas, supera en cinco veces las de la Enciclopedia
Británica.
Ese
es nuestro código genético, esa cinta somos lo que somos y lo que
seremos; esa cinta es la expresión codificada de nuestra Vida. Y
esa es la expresión de una bonita historia de amor que, entre óvulo y
espermatozoide, ocurre esa mañana que el Relojero da cuerda al reloj
llamado Vida; y donde los afectos, los valores y los sentimientos no
son completamente ciegos. Y no lo son porque es uno, y sólo uno, el
espermatozoide que por su bravura, coraje, fortaleza y tesón llega
hasta ese óvulo que lo ha enamorado. Y a él le ofrece lo mejor de si,
su fragancia, su código genético, su propia vida, al objeto de obtener
de ello, de tal unión, la máxima expresión del amor, la Vida.
Y
en agradecimiento a esa entrega por parte del espermatozoide, el óvulo,
en prueba de su amor y fidelidad se “blinda”, se protege de la entrada
de cualquier otro espermatozoide, garantizando así la entrega mutua y
total de uno a otro.
Es
un momento de tal intimidad, de tal entrega, de tal generosidad, donde
abiertamente se dan mutuamente la Vida el uno al otro al objeto de
obtener otra, en la que una parte de ambos existirá hasta su muerte. Su
amor les llena de un altruismo tal que sólo puede explicarse por algo
más grande, la obtención de una Vida mutua y compartida.
No
se puede explicar semejante proceso de donación, entrega, generosidad,
afectuosidad y amor sin los valores, afectos y sentimientos que den
garantía a un proceso vital, esencial y necesario para la continuidad
de la Humanidad. Es por ello que “Al
principio del principio, la mañana que el Relojero da cuerda a ese
reloj llamado Vida…los afectos, valores y sentimientos no son
completamente ciegos”.
Zaragoza a 20 de mayo de 2007
Álvaro Vázquez Prat.Médicos por la Vida – Aragón.Miembro del Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia.