Muchos padres se ven desbordados ante la figura
de un ser diminuto -chicos de 7 u 8 años- que imponen su propia ley en
casa. Casi siempre son hijos únicos que aprovechan la debilidad
educativa de sus padres para hacer sus “gracias”.
Con el equivocado enfoque de dar a sus hijos “lo
mejor”, están contribuyendo a preparar una adolescencia conflictiva y
quizá a aumentar un problema social serio: la violencia juvenil.
La psicoanalista Christiane Olivier escribe al
respecto: “hoy día, los hijos son esperados, deseados, pero solo se
busca su sonrisa y no los problemas que ocasionan y, para educar, hay
que saber decir ¡no!”.
El fracaso educativo de los padres les lleva a
claudicar con mucha facilidad, bien porque han creado un ambiente de
excesivas atenciones a los niños, bien debido a la escasa presencia de
los padres en el hogar que les conduce a querer compensar la falta de
dedicación, favoreciendo su ego infantil, o también, si se trata de
familias desestructuradas o recompuestas, acaban consintiéndolo todo
para evitar más conflictos.
En este marco los progenitores pierden su papel y son incapaces de imponer unas normas y transmitir mensajes a sus hijos.
Según los expertos la mejor prevención consiste
en fijar desde el primer momento los límites al niño; establecer lo que
se puede hacer, lo permitido, es necesario para dar seguridad,
explicando al pequeño las razones que pueda comprender.
El psicólogo Didier Pleux, en su experiencia como
director de un instituto de terapia cognitiva y tras haber recibido
durante años en la consulta a padres desesperados por el comportamiento
de sus hijos, afirma: “Como están acostumbrados a conseguir todo lo que
quieren, con una especie de coerción, los niños acaban por no soportar
la frustración, pero la frustración es fundamental para la educación,
porque hay que experimentarla para ser conscientes de que no se puede
hacer todo”.
También el egocentrismo que se les fomenta, les
lleva a no aceptar que los demás tienen sus derechos. Por eso al llegar
a la adolescencia, “algunos reaccionan a veces con violencia o
desarrollan otras patologías porque la realidad les parece intolerable.
Pero, de hecho, son ellos los que no toleran la realidad” afirma Pleux.
Por otra parte, el gasto familiar para atender
los caprichos de ese hijo, se dispara. El ser diminuto no pide unos
deportivos sino la marca concreta, ni una camiseta sino la mejor
cotizada en el mercado, situación que aprovechan –dicho sea de paso- el
mundo de los diseñadores para crear colecciones exclusivas para los
pequeños. Y lo mismo se podría decir de la decoración de sus
habitaciones o los juguetes, con un peso creciente en las cuentas
familiares.
En buena parte de los casos, los padres acuden a
la consulta de un psicólogo relacionando el problema con los estudios,
pero descubren un asunto diferente: “Generalmente los padres vienen a
consultar otra cosa, a menudo relacionada con el fracaso escolar; pero
en cuanto se rasca un poco, uno se da cuenta de que el verdadero drama
se plantea en casa” asegura Pleux.
Es bastante eficaz, y así lo recomiendan los
psicólogos infantiles, que exista solidaridad entre el padre y la
madre, las posturas opuestas son rápidamente captadas por el niño que
sabe como aprovecharlas. Los padres educan cuando actúan en bloque.
También puede resulta útil para los padres
participar en sesiones orientativas junto con otras familias. En muchas
ciudades hay organizados cursos de orientación familiar que ayudan a
resolver o aclarar los problemas en la educación de los hijos.
Pepita Taboada Jaén